domingo, 20 de junio de 2010






José Saramago ha muerto 18 / 06 / 10


La línea narrativa del Premio Nobel de Literatura (1998), José Saramago, se parece en mucho a la de Kafka. Las situaciones descritas por un narrador hábil son siempre alegóricas, cargadas de una ironía tendiente a descomponer racionalmente la realidad, con el fin de mostrar o develar el tópico de lo absurdo como tema de fondo y cuestión principal de la existencia.

Don José, protagonista de Todos los nombres, y único personaje de la novela nominado con nombre propio, es un escribiente ejemplar de la Conservaduría General del Registro Civil (equivalente al Registro Civil en Chile), cuyo único pasatiempo consiste en acumular recortes de diarios y revistas relativos a personajes famosos. Sin embargo, en un momento determinado de su monótona vida de empleado público, solitario y taciturno, pierde el interés por dicho pasatiempo y se obsesiona hasta el paroxismo por conocer a una mujer, cuyos datos –al igual que tantos otros que pasan por sus manos en su diario trabajo- le son desconocidos también, pero repentinamente ese día en particular capturan su total atención. Al punto que lo llevará a recorrer un periplo durante el cual pondrá en riesgo su puesto de trabajo y su honra, con tal de conseguir conocer a la mujer en cuestión.

La maestría de este narrador kafkiano, radica en su facilidad para llevar al lector hasta la última página de la narración, sabiendo y conociendo lo absurdo de la historia desde un comienzo. Saramago en esta novela lo mismo que en otras, pone en ridículo las instituciones públicas y a las personas que las gobiernan, configurando una alegoría perfecta de nuestra realidad, saturada de una burocracia que nos mueve como robots, olvidando al hombre que hay detrás, ignorando sus emociones, su dignidad, su espíritu, sin caer en los esperpentos o caricaturas a que suelen llegar comúnmente otros narradores a la hora de la denuncia alegórica. Si bien lo grotesco se da a menudo en sus obras, no es usado como un artificio para denigrar la condición humana, sino más bien para elevarla a la más alta condición, y usando el relleno que hace el propio lector a la hora de interpretar.

Tal vez se podría concluir que una de las características de los narradores que reciben el Nóbel, consiste en el tratamiento de sus personajes, donde impera por sobre todo, una mirada cargada de piedad por el hombre y su existencia.


Santiago de Chile — Miguel de Loyola – Derechos reservados.
(Me parecieron interesantes estas opiniones y como homenaje a Saramago, quedaran en el club de lectura.)
4/9/2002

No hay comentarios:

Publicar un comentario