Hay quien para mantener la atención se fija en un objeto determinado; los hay que cuentan respiraciones; también quien repite infinidad de veces la misma palabra y Vargas Llosa ha escrito Conversación en la Catedral para tenernos a todas las del club atentas hasta al último monosílabo de esta obra que me ha recordado El ruido y la furia de Faulkner, por eso de mejor haberla empezado por el final.
Se recomienda a quien quiera leerla que se haga un pequeño croquis de los personajes; de quién habla con quién y en qué época; no porque aparezcan tantos que nos vayamos a perder, sino porque Don Mario en los dos primeros libros juega con la lectora haciéndola partícipe de un puzle que primero la marea y después la divierte cuando ve que a pesar de todo entiende lo que está leyendo.
Vaya mundo el que se describe en esta novela. En eso coincidimos todas nosotras, como también coincidimos en que es una gran obra y que hay que quitarse el sombrero delante de un escritor que a sus treinta y poco años parió tamaña narración. A este joven han hecho bien en darle el Nobel. Sí, el universo que aparece en esas más de 600 páginas es marrón, gris y negro. Domina la grisura y la desesperanza porque en una sociedad poblada por tales personajes nada bueno puede imaginarse. Qué triste.
Nosotras nos preguntamos ¿A qué personaje salvaría Vd de la quema? ¿Al Sr. Zavala? ¿A su querida esposa? ¿A alguno de sus hijos, incluido Zavalita? ¿A D. Cayo? ¿A qué político, a qué policía, a qué chófer? Quizás los personajes más inocentes estén en el pueblo llano y ¿quizás sea ésta una visión romántica de la sociedad?
Maruja, Julia, Rosario, Marga, Carmen, Natalia, Paqui, Eladia y Rosa disfrutaron de la lectura de esta obra, de la reunión del 27 de enero y esperan hacerlo también leyendo Ilustrado, de Miguel Syjuco que es la obra de la que hablaremos el próximo 24 de febrero ¡Y luego a cenar a Pekados!
Que la vida os sonría y que encontréis escritores que os hagan apasionaros por el mundo de las letras. Rosa Llorens
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