Fue Rosa la que me dijo que en la página del Club de Lectura (Clave literaria), no había ningún comentario, ni tan siquiera una reseña, sobre “Paraíso inhabitado”, de nuestra excepcional premio Cervantes, Ana María Matute. Y me propuso que lo hiciera yo. Y, hete aquí “manos a las palabras” para dejar constancia de que sí hemos leído el libro y de que a muchas nos ha gustado. Hace “la Matute ” en esta obra, un viaje iniciático de la infancia (su triste y solitaria infancia) a la primera adolescencia, con su aceptación forzosa del mundo de los adultos (los Gigantes para ella, -¡qué expresión tan gráfica!-). Con esa verdad y esa emoción contenida que la caracteriza, el peligro de caer en el melodrama y en el maniqueísmo, se aleja, para contarnos, de una forma tranquila (o, al menos, así lo he leído yo, con tranquilidad) que la vida, para todos, tiene momentos sublimes de amor, amistad y belleza. Pero también momentos desoladores y terribles, sobre todo, cuando de ausencias y desafectos se trata. Nos cuenta, pues, la forma en que Adriana ve el mundo y las estrategias que utiliza para defenderse del mismo: de la falta de cariño de su madre, de la ausencia del padre, de la intransigencia de las monjas y de la incomprensión y ¿crueldad? de sus compañeras. También nos habla del cariño de las criadas, esas entrañables tata María e Isabel, con su olor a lejía, sus manos ásperas, sus sonrisas de dorados brillos y sus persistentes y recatadas muestras de cariño. De la complicidad de Teo, el “tutor” de su querido Gavi (igualmente solo, como ella) y de la actitud transgresora e independiente de su tía Eduarda. La predilección de la autora por estos personajes se muestra con absoluta claridad, haciendo que sus lectores también se identifiquen con ellos. Adriana crea su mundo de soledad y fantasía, imaginación y afecto a los menos privilegiados, para sobrevivir indemne, al mundo adulto. Y, aunque ella “odie” este mundo, acaba por integrarse en él pero siempre manteniendo, y reafirmándose en la rebeldía que también caracteriza a la autora a sus ochenta y tantos años. Entiendo que en este libro se narra la vida, con minúsculas, sin aspavientos, con sus grandezas y miserias cotidianas que lo hacen creíble y honesto, sin subterfugios y, quizá, sin excesivas aspiraciones, más que a la sinceridad con la que nos enfrenta a la vida de Adriana que pudo parecerse a la de la propia Ana María. Y hasta aquí mi comentario de un tirón y sin pararme mucho a pensarlo (si lo hago, seguramente, habría contado más cosas o quizá, otras) pero no hay que aburrir. Recuerdos a Rosa Fernanda que lee esta página para seguir compartiendo con nosotras los buenos momentos. Un abrazo. Julia. Julio, 2011
sábado, 16 de julio de 2011
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